03 mayo 2009

La belleza opaca

Cierra hoy la exposición de fotografías de Xosé Caruncho en la Casa da Parra, ese espacio expositivo semiclandestino y de delirante programación que vigila la Quintana. Visité la exposición un domingo como hoy, y las doce o quince primeras imágenes me entusiasmaron: qué hermosa reivindicación de la belleza de nuestra gente, de sus rostros marcados por el tiempo y el trabajo, de sus ropas, de su serenidad sólida y sabia, pensé. Qué cuidado trabajo de estetización, de dignificación a través la superficie visible de las cosas.

Fue hacia la mitad del recorrido que empezó el hastío, y con él las dudas. El proceloso trabajo con la cámara y con el revelado terminaba por dar lugar a una serie de imágenes opacas y planas aún en su perfección formal. Las personas y los lugares retratados se volvían indiferentes e intercambiables. El exceso estético provocaba que, como sucede a menudo en la imagen publicitaria, la mirada fuese incapaz de superar la superficie saturada de la fotografía, de establecer un contacto humano con los hombres y mujeres que nos miran desde ella.

Sería absurdo negar el formidable trabajo con el blanco y negro de Caruncho, o la belleza de esas imágenes, que nos recuerda incluso a ciertos trabajos de un retratista aclamado como Sebastiao Salgado. Sucede, sin embargo, que también en Salgado he observado a menudo un exceso, una saturación del componente estético de la imagen que va en detrimento del sentido de la misma. Tengo pendiente, al menos desde que hace un par de años visité una exposición suya en Santiago, una reflexión sobre por qué esas imágenes bellísimas que compone me dejan en ocasiones indiferente o levemente nauseado.

No sé si acierta Arthur C. Danto en el diagnóstico, y tengo aún más dudas acerca de que éste sea aplicable a mi desencuentro con las fotografías de Curuncho. Pero sí creo que en ambos casos un exceso de belleza, de una belleza superficial y opaca, bloquea cualquier intento de aprehensión emocional o intelectual del sentido de la imagen. En cualquier caso quería recuperar estos fragmentos ya en ocasión de la recensión de la novela de Roth. Escribe pues Danto, en El abuso de la belleza:

La conjunción de la belleza con la ocasión del dolor moral transforma en cierto modo el dolor, rebajando su gravedad en un ejercicio de liberación. Y como la ocasión de la elegía es pública, la tristeza es compartida. Deja de ser algo individual. Quedamos absorbidos en una comunidad de dolientes. El efecto de la elegía es filosófico a la vez que artístico: dota a la pérdida de cierto significado al distanciarnos de ella (...).

¿Es la modalidad elegíaca la mejor respuesta para una catástrofe política tan próxima? La distancia interpuesta por la belleza ¿no será acaso demasiado brusca? ¿Tenemos derecho moral a deshacernos en elegías por algo que no era en modo alguno inevitable ni universal ni necesario?

(...) La belleza no siempre es un acierto. Las fotografías de Sebastiao Salgado de una humanidad sufriente son bellas, como invariablemente lo es su trabajo. Pero ¿tenemos derecho a mostrar sufrimiento de maneras hermosas? ¿No implica acaso la belleza de su representación que su contenido es de un modo u otro inevitable, como la muerte?

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