16 febrero 2009

La carrera de Q.

Mis informadores me contaron que cuando el pelotón giró para afrontar la segunda mitad del recorrido, Q. encabezaba la prueba, con unos buenos tres o cuatro metros de ventaja respecto a sus competidores. Los ojos en blanco, la mirada perdida, los miembros desmadejados, el ritmo keniata, la zancada voraz. A lo lejos avistaba ya la meta, y con ella la gloria.

Entonces comenzaron las protestas de los rivales:

- "Va dopado", gritaba uno.

- "No tiene dorsal", decía otro.

- "Huele a alcohol", denunciaba un tercero.

Q. dudaba. El animal competitivo que lleva dentro le pedía a gritos una victoria aplastante, una exhibición pública. Su alma de zíngaro y tahur le obligaba a considerar la situación desde otro punto de vista. Un enorme castillo de naipes, de engaños y mentiras, podía derrumbarse por un exceso de entusiasmo.

Lentamente, con mal disimulada contrariedad, Q. se dejo superar por sus perseguidores. Entró en meta en una posición discreta, confundido con el grueso del pelotón. Mientras se dirigía hacia su coche, Q. cruzó la mirada con uno de los corredores que minutos atrás gritaban de rabia a su espalda, a la postre el vencedor de la carrera, que le dirigió una mueca de triunfo y de desprecio.

Q. le miró de arriba a abajo, carraspeó y escupió ostentosamente en el suelo, muy cerca de sus pies. Sin preocuparse por su reacción, Q. subió a su coche y se marchó de allí.







Gracias, Q.!

1 comentario:

Diego dijo...

Tal cual lo has contado!

Mi pregunta, si estabas allí para conocer la historia con tanto detalle... ¿Por que no corriste tú y dejaste al pobre Q. descansar en paz?