19 enero 2009

Los 10+1 más mejores discos del 2007: parte three [sic]

Vic Chesnutt – North Star Deserter

A pesar de sus veinte años de carrera discográfica, de discos más que notables, de colaboraciones y admiradores selectos, la historia personal de Vic Chesnutt, el personaje y sus fantasmas, parecía oscurecer hasta ahora su legado musical. North Star Deserter es una obra cuyos ecos resonarán aún cuando el mundo haya olvidado la azarosa vida de su autor. El disco no significa en modo alguno una ruptura con sus trabajos anteriores, pues la guitarra de Vic, su voz aguardentosa e imprevisible y su escritura agria, irónica, salvaje y sucia siguen siendo los ejes del discurso. Simplemente una conjunción afortunada de elementos lo catapultan a un nivel superior, el de los clásicos inmediatos. North Star Deserter es un disco de atmósferas, pero es también un disco de canciones: salvando las distancias, me viene a la cabeza el último gran Dylan del Time out of mind.

Aunque los temas saltan aquí del rock inflamado y ruidoso de Deebriefing a la desnudez árida de Warm, del pop sardónico y sin embargo hermoso de You are never alone al desafío exaltante en Everything I say, un cierto tono, una luz particular, quizás un estado de ánimo, unifican y potencian el conjunto. Es difícil dilucidar qué parte del mérito corresponde al artista, qué parte al conjunto extraordinario de músicos que lo arroparon durante las sesiones de grabación y qué parte en fin al productor (y autor además de la bellísima portada) Jem Cohen, que, no se lo pierdan, se gana la vida dirigiendo documentales. Aunque quizás tenga sentido, después de todo: North Star Deserter tiene la belleza hipnótica de las grandes obras cinematográficas, induce a una suerte de ensoñamiento contemplativo que nos distancia de la realidad de nuestro propio cuerpo y nos permite observarnos, asombrados, a través de la mirada de otro. Escalofríante.



Triángulo de Amor Bizarro – Triángulo de Amor Bizarro

Un mordisco en un ojo. Esa es, a bote pronto, la impresión que deja el disco de debut homónimo de Triángulo de Amor Bizarro. Uno, dos, tres temas, y a los nueve minutos el oyente está ya sin resuello; en parte por culpa de las líneas de bajo salvajes que cabalgan desbocadas al inicio del disco, en parte por la mezlca de carcajadas y ahogo con las que se acoge cada nuevo, sardónico e irreverente verso. Entonces, pista cuatro, arrancan los acordes prodigiosos de El fantasma de la Transición: imposible balada shoegaze, melancólica, misteriosa, mágica. Cuando uno tenía ya en la punta de la lengua toda la retahila – ruido, suciedad, ritmos brutales, Velvet, años ochenta, Kevin Shields, pedales, hipnósis, distorsión – los cabrones remezclan las cartas y presumen de corazoncito pop. Pop ramoniano en cualquier caso: dos acordes, a golpe de metrónomo, a ritmo de carga de caballería.

Imposible negarlo: hay un componente innegable de pura simpatía en la reivindicación de estos paisanos. Salen en las fotos mal vestidos y peor peinados, sus respuestas en las entrevistas destilan la misma mala leche de base surrealista que las letras de sus temas, dicen “follar”, Isa es adorable cuando canta o cuando chilla y, en general, Triángulo de Amor Bizarro supone un soplo de aire en el panorama musical estatal. Aire fresco, hubiésemos debido escribir, sólo que aquí se trata más bien de aire viciado, rarefacto, aire cargado de electricidad como ocurre a veces antes de las tormentas; aire macarra, decididamente macarra, si la imagen es admisible. Además, con su repetición obsesiva de frases absurdas que acaban por vaciarse de sentido al tiempo que se cargan de significado, con sus melodías simples, irresistibles, infecciosas, su acelerado disco de debut, treinta y tres minutos por reloj, demuestra que Triángulo de Amor Bizarro son buenos, muy buenos.



Feist – The Reminder

Muy a mi pesar y gracias a enormes dosis de empatía, puedo llegar a comprender que alguien prefiera escuchar un disco de (glups) La Oreja de Van Gogh en lugar de uno de Animal Collective. Lo que a mí me parece pop gozoso, inmediato e inteligente quizás resulte indigesto, desagradable y chillón para otros. Bien. Lo que nadie podrá explicarme, sin embargo, es por qué una persona en pleno uso de sus facultades mentales decide escuchar a Amaia Montero o a Conchita pudiendo escuchar a Leslie Feist. La canadiense no revolucionará la historia de la música popular, e incluso da cierto reparo dejar fuera de esta lista el folk psicodélico y alucinado de Six Organs of Admittance (perdona, Ben) para incluir su último trabajo.

Se rinde uno, sin embargo, a su voz versátil y al gusto exquisito con el que se permite devaneos que parten siempre del pop luminoso y agridulce y juguetean con el folk, la música de baile, las reminiscencias cabareteras, las múltiples resonancias de la música popular norteamericana de los últimos sesenta años. Termina de convencer su capacidad de vestir cada canción con los ropajes adecuados, gracias a una producción impecable, ingeniosa, espontánea, inteligente. Niña prodigio, adolescente hipersensible, inspirada chanteuse, todo en una y en ocasiones simultáneamente, acabaríamos por odiarla a poco que se tomase en serio a sí misma. Pero, ay, revitaliza a golpe de sintetizador una vieja canción popular (Sea Lion Woman), pinta de colorines una historia de desamor (1 2 3 4), no rehuye las baladas desnudas hasta el tuétano (The Water), disemina un gritito por aquí, unos coros por allá, póngame aquí unas palmas et voilà, una perla (I Feel It All). Escrito a salto de mata, grabado al parecer en una mansión a las afueras de París junto con amigos, The Reminder es un disco ambicioso, que camina a menudo por el alambre de la dispersión pero acaba por caer siempre de pie, fresco y lozano, merced a una última pirueta de pop de primera clase

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