04 enero 2009

El buen antivirus contra el gusano asesino y otras (breves) historias

Hipnotizado, con la taza de café ya frío en la mano, observa como se deslizan por la pantalla los nombres de mil y un archivos: películas, canciones, imágenes. Reducidos cada uno de ellos a una simple línea de texto, que remite a su vez a una ubicación cualquiera al interno de un disco duro infectado, moribundo. Imposible apartar la mirada de la incesante letanía visual; imposible igualmente asociarla con la batalla silenciosa que se libra en las tripas de silicio, identificarla con el intento desesperado por salvar una/la/su memoria.

Puro sucederse de datos, de citas, de referencias descontextualizadas. Pura reiteración visual, aséptica y obsesiva iteración. Fuego que crepita, dulce que borbotea mientras cuece lentamente, lava emergiendo del volcán. Sucesión interminable e indiferente. Pulsión irresistiblemente vacua de la mirada abandonada.

La cultura, la memoria, reducida a una secuencia de nombres, fechas, títulos, duraciones, peso en gigabytes y, en fin, ubicación al interno de una única, monstruosa, unidad central.

Interior, casi día. El brillo frío de un monitor ilumina la escena. Se intuye a través de las ventanas la luz sucia del amanecer. Oímos, mientras se aleja, el lamento apagado de un autobús que no saldrá hasta dentro de tres noches. El sueño no acaba de llegar.

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