04 diciembre 2008

La Soledad

Espero tener un poco de tiempo este puente para poner en orden algunos asuntos, entre otros desarrollar en otro lugar un resumen más o menos funcional de lo que ha dado de sí esta edición de Cineuropa. Pero, antes de despotricar hasta quedarme a gusto sobre las indecentes condiciones de proyección, las lagunas de la programación o las miserias del público, es justo reconocer, aunque sea con nocturnidad, retraso y alevosía, que la última jornada del festival me regaló ayer la tercera obra grande de esta edición. Me reconcilia un poco conmigo mismo que haya sido La Soledad, de Jaime Rosales, la última (gran) película de esta edición.

No había tenido aún la oportunidad de ver en el cine el segundo largo de Rosales, y en su momento Las horas del día no me había producido más que escepticismo, reproches y decepción. Algunas dudas y varias incertezas lastran aún el discurso de Rosales en La Soledad. Quizás tengamos tiempo de analizarlas si finalmente escribo el que promete ser un hilarante post sobre cine supuestamente experimental y su recepción por parte del público; de momento, me limito a reconocer que pese a estos reparos intelectuales, La Soledad acabó por desarmarme emocional y visualmente.

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