30 diciembre 2008

London Chronicles

Qué sentido tendría, me pregunto, castigarles con un relato minucioso de los últimos días, con una sesión de fotografías nunca tomadas (bendito absentismo fotográfico), con un recopilatorio de variaciones mínimas sobre lugares comunes. Dejémoslo en una crónica en diecisiete fragmentos de por qué valió la pena:
  • Cinco chimeneas, de distintos colores y dispuestas asimétricamente, en un muro del East London, la mañana de Navidad.
  • El edificio del Natural History Museum visto desde el tunel del metro. Edificios inesperados.
  • Hacer la cena de Navidad, comer la cena de Navidad, beberse la cena de Navidad; gentes varias.
  • La Nativitá inacabada de Piero della Francesca, National Gallery.
  • Kingsland Road, Shoreditch, Whitechapel, The City, Southbank, Westminster, Soho, a pie: nueve millas, cinco horas, doce coches, siete personas, dos perros, ni un solo bus. Christmas Eve.

28 diciembre 2008

Milagros y moquetas

Aquí estoy, después de todo: sentado al borde de una cama, con los pies apoyados en genuina y antihigiénica moqueta inglesa, escuchando la última e inédita maravilla de la banda de pop más grande del planeta, pensando en como resumir estos últimos días. Con los viajes, exposiciones, conciertos y vivencias varias de semanas anteriores sedimentando aún, aguardando la acción selectiva, lenta pero meticulosa, de la memoria.

Me duelen los pies, eso es seguro. Ayer pasé el día en la Tate Modern, explorando un par de alas de la colección permanente, visitando las temporales, descubriendo el museo. Parando cada poco en la cafetería para un té, vagando frenéticamente por las salas a veces, contemplando obsesivamente algunas obras, dejando que la mente vague en frente de otras. Observando a la gente, escribiendo maniacalmente en una libreta garabatos indescifrables, leyendo novelas apoyado en cualquier esquina.



La tarde la dediqué casi por completo a una batalla interna entre el impulso irresistible de rendición sublime que me provoca desde años el trabajo del gran pintor místico del pasado siglo, y los reparos ideológicos (escrúpulos intelectuales es una forma alternativa e igualmente pomposa) que me produce tal rendición. Al final inclinan la balanza, como casi siempre, las obras finales de Rothko: sus (aparentemente) monocromos negros, los marrones y negros sobre gris, las pinturas del periodo de la Rothko Chapel, los trabajos de aquellos dos años anteriores a su suicidio. Obras que combinan todo el poder de fascinación de las primeras field paintings con una sobriedad, una concentración y una desnudez escalofriantes y definitivas.

Agotado, física y mentalmente exhausto, estaba cuando a las siete y media de la tarde me dieron una hora de plazo para visitar la otra exposición temporal, coger el metro y llegar a cenar. Me sobraron cinco minutos. Paradójicamente sería largo y difícil explicar aquí por qué esa exposición, que ocupa un espacio equivalente a la de Rothko pero que visité en treinta minutos, es sin duda una de la más inspiradas, tocantes, imaginativas, inteligentes y exaltantes que haya visitado en años. Quizás porque, a diferencia de Cildo Meireles, y como mis sufridos lectores saben bien, carezco del don mágico de expresar lo complejo de forma simple.




Intentaré hacerlo de todos modos, así como contarles el resto del(os) viaje(s) e ir saldando poco a poco nuestras cuentas pendientes. Pero eso será, probablemente, el año que viene. Sean buenos.

26 diciembre 2008

-



"... So I pull my collar up and face the cold,

on my own..."



22 diciembre 2008

Futuro?

Entre unas cosas y otras, he pasado otra semana sin actualizar ni aquí ni allí. Me estoy planteando cerrar una de estas dos ventanas al mundo. Xanaz nunca ha tenido utilidad alguna: es, como el noventa por ciento de la web 2.0, puro onanismo virtual. Rumore Bianco nació, sin embargo, con un propósito preciso: servir como agenda y crónica de algo que podríamos llamar [escalofríos] ocio cultural, una agenda y una crónica personal que aspiraban a tener una cierta utilidad.

Xanaz se dirige esencialmente a nadie y a todo el mundo. Rumore Bianco nació pensada para aquellos que comparten en mayor medida mis coordenadas vitales: gente a la que conozco y gente a la que no, pero que comparte un cierto lugar en el mundo y, quizás, unos intereses. Xanaz no ha tenido desde el principio la más mínima repercusión o seguimiento; Rumore Bianco, sin lectores más o menos habituales, carece de sentido.

No parece probable que los próximos días sean propicios para frecuentes actualizaciones. Después de un agotador fin de semana madrileño, con nueve conciertos y siete u ocho exposiciones, que acabaremos comentando por aquí; después de miserias laborales varias; después de un retorno a los estudios en parte ilusionante en parte frustrante, en unos días me espera la fría y pérfida Albión. Meditaré durante el viaje qué hacer con Rumore Bianco, cómo integrar en Xanaz la función de agenda que estaba llamado a cumplir.

A la vuelta, quizás les cuente que se siente después de meterse entre pecho y espalda sendas retrospectivas sobre dos de los artistas más extraordinarios del siglo XX.

15 diciembre 2008

-



No estaba muerto

estaba de parranda




El muerto vivo. Guillermo González Arenas

08 diciembre 2008

Vuelvo a leer

"Parecerá curioso, pero el trabajo me gustaba, al menos al inicio. Me empujaba a razonar y a ver las cosas como nunca. En aquel primer periodo me imaginaba mi mente como una habitación oscura con muchas puertas. Me las apañaba mejor teniendo muchas abiertas. De vez en cuando abría aún más y dejaba entrar más luz, coqueteaba con la verdad. Si me parecía que alguien percibía mis observaciones o mis gestos como una vaga amenaza, cerraba todas las puertas menos una. Aquella era la posición más segura. Pero en general tenía abiertas al menos tres o cuatro. Esa imagen de la habitación oscura era una compañía asidua. Cuando hablaba en una reunión, me parecía ver como mis puertas mentales se abrían y se cerraban, y pronto llegué a saber controlar el flujo de luz entrante con una precisión milimétrica. Me dieron un aumento, después otro. Comencé a tener un rol concreto en la producción de espectáculos televisivos. Mientras tanto la vida con Merry procedía en la misma dirección, una mezcla de montaje violento y ternura levemente desenfocada. Pero con el tiempo empezó a abrirse camino otra cosa, como un susurro desesperado. Sucedía que llegaba tarde a casa de trabajar y me la encontraba sentada en el suelo con un sombrero en la cabeza intentando hacer un haiku. Me entristeció mucho descubrir que hacía este tipo de cosas incluso cuando estaba sola."


Don DeLillo, Americana. De la versión en italiano con traducción de Marco Pensante.

04 diciembre 2008


Ya no leo.


La Soledad

Espero tener un poco de tiempo este puente para poner en orden algunos asuntos, entre otros desarrollar en otro lugar un resumen más o menos funcional de lo que ha dado de sí esta edición de Cineuropa. Pero, antes de despotricar hasta quedarme a gusto sobre las indecentes condiciones de proyección, las lagunas de la programación o las miserias del público, es justo reconocer, aunque sea con nocturnidad, retraso y alevosía, que la última jornada del festival me regaló ayer la tercera obra grande de esta edición. Me reconcilia un poco conmigo mismo que haya sido La Soledad, de Jaime Rosales, la última (gran) película de esta edición.

No había tenido aún la oportunidad de ver en el cine el segundo largo de Rosales, y en su momento Las horas del día no me había producido más que escepticismo, reproches y decepción. Algunas dudas y varias incertezas lastran aún el discurso de Rosales en La Soledad. Quizás tengamos tiempo de analizarlas si finalmente escribo el que promete ser un hilarante post sobre cine supuestamente experimental y su recepción por parte del público; de momento, me limito a reconocer que pese a estos reparos intelectuales, La Soledad acabó por desarmarme emocional y visualmente.

02 diciembre 2008

Fuori Orario

El otro día, valorando a las de dos de la mañana con unas compañeras las posibles perspectivas de una exposición titulada Culo y codo, me vino a la cabeza la historia de Enrico Ghezzi. Ghezzi es todo un personaje, crítico cinematográfico heterodoxo, programador de contenidos en ese refugio que es RAI3 en la tele italiana, director de Fuori Orario, uno de los programas más extraordinarios del mundo: Ghezzi suelta una parrafada improvisada a una videocámara digital, y a continuación proyectan películas del mudo, clásicos de la serie B, obras actuales que no encuentran distribución, tesoros escondidos en los archivos de la RAI, films incatalogables y descatalogados. Cine.

Lo conocí cuando vino a ver un trabajo de una horita que habíamos hecho en Home Movies, remontando las maravillosas películas caseras de la familia circense con más solera de Italia, los Togni. Organizamos una proyección en una galería, con experimentación musical en vivo, y pareció gustarle. 

Me habían contado antes una historia sobre su modo de trabajar, caótico e impulsivo. En medio de un viaje de norte a sur de Italia, se quedó adormilado en la parte trasera del coche. Abrió un ojo justo cuando pasaban por un pueblo perdido, que casualmente se llamaba Sacarríos (me lo invento, por desgracia he olvidado el que aparecía en la historia), y anunció: "habría que hacer un especial Fuori Orario con cosas que se sacan de los ríos". Se emitió un mes más tarde.

Por pura simpatía hacia el personaje me compré un libro que recopilaba sus críticas en revistas cinematográficas, sugerentemente titulado Paura e desiderio (Miedo y deseo). Resultó que Ghezzi era incapaz de distinguir entre sus apasionadas e inconexas peroratas y el lenguaje escrito, así que el libro era una gran mierda. Sin embargo, la contraportada (creo, lo dejé en Bologna al mudarme) contenía, a bocajarro, un arrebato genial: "No es el tiempo el que nos falta", escribía Ghezzi, "somos nosotros que fallamos al tiempo".

Así que ya ven, me acuerdo de Ghezzi en estos últimos días, en los que mi sombra fatiga a tenerme el paso. Ayer envié un trabajo cuatro minutos antes de que expirase el plazo de entrega, y una opción de futuro por correo certificado en el último día hábil. No estoy dispuesto a seguir así. Permanezcan atentos a sus televisores los próximos días, por si mi jefe y yo salimos en las noticias.

01 diciembre 2008

Nuri Bilge Ceylan

Mañana por la noche, paradojas del sindicalismo y de la lucha por los derechos civiles mediante, espero estar en la proyección en Cineuropa de Üç maymun, el último trabajo de Nuri Bilge Ceylan. Hace ahora cinco años, un lustro ya, que descubrí en otra edición del festival Uzak, la película que le dio prestigio internacional. De ella me queda la imagen de Estambul bajo la nieve, la huella indeleble del paisaje turco, un recuerdo denso aunque indefinido de obra grande.

Me acuerdo, sí, de una escena irónica y punzante, que desautoriza cualquier posible acusación de pedantería. El protagonista, un acomodado y burgués fotógrafo de interiores, mira la televisión. Lo interrumpe cada poco su primo pobre y analfabeto, que entra en la sala. En cada una de las ocasiones el fotógrafo cambia apresuradamente de canal, saltando continuamente del visionado aburrido de una peli porno a la de un film de Tarkovski: porno, Tarkovski, porno, Tarkovski. Nuri Bilge Ceylan es, por cierto, fotógrafo, además de cineasta. En algunos momentos su devoción casi religiosa por la imagen y la densidad de su tempo cinematográfico recuerda a la del maestro ruso.