02 noviembre 2008

Enchanted forest

Escribiendo el otro día sobre Fina Eiros, estructuras hipnóticas y paisajes pictóricos, me acordé de un cuadro en el que hacía tiempo que no pensaba. Una asociación mental un tanto caprichosa, porque la esencia del trabajo de Eiros se sitúa en muchos sentidos en las antípodas expresivas de Pollock y su escuela. En cualquier caso, el Enchanted forest del pintor americano es uno de los cuadros que más me han impresionado vistos en persona, con una intensidad que las reproducciones se ven incapaces de conseguir.

En las cuatro o cinco ocasiones que he visto la obra en el Guggenheim veneciano me ha sucedido lo mismo: un primer momento de distanciada admiración, seguido de una breve decepción por la ausencia de una respuesta emotiva similar a la de anteriores ocasiones.
Entonces, antes o después, un progresivo estado de hipnósis, un abandono al torbellino pictórico, un divagar por las formas del cuadro que es en principio meramente espacial, pero que se vuelve al poco dinámico y después narrativo. Durante el tiempo (a veces más largo, a veces más corto) que dura mi absoluta inmersión en el cuadro, en el bosque encantado de Pollock suceden cosas.

No sabría describir a posteriori la forma de los seres que habitan ese mundo, o la clase de eventos que allí acontecen; de ahí, sin duda, el esceptismo con el que afronto el cuadro cada vez. Y, sin embargo, acabo siempre por recobrar la consciencia tras unos minutos
frente a la obra de Pollock en el viejo salón de Peggy Guggenheim, rendido ante la evidencia, si no empírica al menos perceptiva, de que entre aquellos brochazos furiosos y líneas desquiciadas sigue fluyendo la vida.


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