06 octubre 2008

Libros de arena: la pintura de Fina Eiros

Desde hace unos días le debemos un post en condiciones a la artista lucense Fina Eiros. La conocimos (conocí, carajo, cómo si alguien me acompañase en estas excursiones culturales) gracias a una exposición monográfica organizada hace unos meses en el furambótico Museo Provincial. Salí de la exposición con la sensación reconfortante de haber dialogado durante un buen rato con una serie de obras que, al tiempo que conformaban un discurso pictórico complejo, rico, coherente, se abrían hacia fuera, hacia al espectador, buscando su implicación, reflejándolo y acogiéndolo en su seno.


“As superficies semellan pel, e a pel semella espello. Somos espectadores reflectidos nos límites da súa pintura, nos seus goteos, nos seus xiros, nos seus espazos e nas súas masas de cor, cobixados en cada punto do lenzo, da composición”, leemos en el hermoso texto que Chus Martínez Domínguez ha escrito sobre la artista. He tenido siempre debilidad por trabajos que marcan unas pautas difusas, que trazan un entramado estructural o espacial no inmediatamente aprehendible, paisajes en los uno se pierde y se reencuentra, dejando vagar la imaginación por la tela, de trazo en trazo, de un lugar a otro, de un tiempo presente a pasados casi olvidados.

Fina Eiros, ciertamente, pinta paisajes. El hecho de que en ellos las formas sean a menudo indiscernibles, que el cielo se confunda con la tierra y lo monumental con lo microscópico, que lo matérico asuma la condición de protagonista, no la aleja tanto de esa temática como la acerca a su amado Turner o a los cuadros africanos de Barcelò. La sensación de que los valles y montañas, mares y orillas, que intuimos en sus cuadros no pertenecen al territorio de lo real sino al de la imaginación, suya o nuestra, acomuna su sensibilidad con la de la escuela romántica, completa la voluntad de aquellos autores renacentistas que comenzaron a imaginar cordilleras brumosas y geografías imposibles en el fondo de sus composiciones pictóricas.


El lenguaje abstracto de Eiros tiende a rehuír cada vez más el egocentrismo expresivo, evolucionando hacia “unha maior transparencia”, en la que el gesto pictórico y la voluntad de comunicación se filtran a través del paisaje, se confunden con él. O en la que, mejor, encuentran en el paisaje refugio, un “refuxio terroso, por momentos dificilmente habitable como ilexible é un libro de area”, siempre en palabras de Chus Martínez.

Fina Eiros, por cierto, es sorda. En una interesante entrevista con el amigo Jaureguizar cuenta como su enfermedad se debió a un medicamento mal administrado cuando era bebé. Habla también de la importancia de su trabajo como intérprete de la lengua de signos, y de la inevitable incidencia de la falta de audición en la recepción de su obra. Quizás es necesario tener la suerte de tropezar con los cuadros sin conocer la historia de su autora, como me paso a mí, para poder apreciar el valor intrínseco de su trabajo, su diálogo con formas anteriores y su desarmante originalidad. Sin condescencia ni predisposiciones, por puro placer.

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