26 octubre 2008

Cacerolas invendibles

Durante estos días de reencuentros y de conversaciones con desconocidos con los que podríamos acabar viviendo, me siento obligado a justificar mi nuevo empleo. El recurso más sencillo es la teoría de la cacerola, de cosecha propia: un periodista, en el fondo, es un vendedor de cacerolas. Puede venderlas inoxidables, con mango o sin mango, de gama alta o a buen precio, pero su trabajo consiste siempre en amoldarse al producto en cuestión y tratar de encontrar argumentos para resultar convincente.

Naturalmente la teoría es falaz, y se aplica sólo a un cierto tipo de periodismo, el más común pero desde luego no el mejor. Incluso para un escéptico sobre el compromiso ético del periodista existe una línea que repugna atravesar, y que al menos en mi caso no tiene tanto que ver con la mayor o menos flexibilidad ideológica o con la verdad inherente a los hechos como con una cierta dignidad de los argumentos utilizados. Dentro de unos límites, me siento capaz de asumir posturas que no comparto y defender sus ideas y razonamientos, siempre que exista una manera mínimamente digna de exponerlos.

En fin, quizás entiendan mejor de que hablo si pongo un enlace a un artículo de hoy en el suplemento Lecer de Galicia Hoxe. En él, se recogen unas declaraciones del padre de Ugio Caamanho, cuyo juicio por participar supuestamente en un atentado con bomba en Santiago en Julio de 2005 comenzará en breve en la Audiencia Nacional. Es difícil no estar de acuerdo con algunas de sus reivindicaciones en contra de la dispersión de los presos o de la duración de la prisión preventiva, prácticas denunciadas por numerosas organizaciones internacionales. Quizás por eso repugna aún más el uso de falacias, subterfugios y mezquindades para tratar de defender el recurso a la violencia, cuyo uso aparentemente no condenan ni el padre, ni el hijo ni todas las asociaciones que en estos días se movilizan por él.

Iba a añadir algo más, quizás una reflexión atropellada sobre qué pensarían los padres de Ugio si el artefacto hubiese estallado por error antes de tiempo llevándose por delante a un par de ciudadanos, mártires en aras de la libertad de la patria, pero de repente todo esto me parece vano, estúpido y cansino, sobre todo cansino. Creo que simplemente me entristece toparme de nuevo con aspectos de esta ciudad que con el tiempo había olvidado, reencontrarme con viejas ideas que nunca estaré dispuesto a defender.

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