25 junio 2007

A fin do mundo

Estamos preparando a revolución...




23 junio 2007

Marra

Meu tío, que leva traballando nisto da imaxe toda a vida e ultimamente amañou un traballo n' El País, postea dende hai unhas semanas textos e fotos moito máis fermosos cós meus. Sinto que esta publicidade se limite ós meus catro ou cinco lectores, mais éche o que hai. Pasen por aquí, e disfruten.



22 junio 2007

Pasolini

Pier Paolo Pasolini murió hace casi treinta y dos años, de noche, asesinado, en un aparcamiento polvoriento de Ostia, no lejos de la ciudad de Roma. Se fue, como el último de los Buendía, ocupado en profetizar su propia muerte. Aunque antes o después publicaremos un especial de 48 posts sobre el más bello de los hombres, me apetece recordarlo en dos destellos.

Uno es el recuerdo de un párrafo de una mediocre entrevista a Bernardo Bertolucci que leí por casualidad hace unos meses. Bertolucci cuenta como una madrugada llamó a la puerta de su padre –el poeta Attilio Bertolucci, amigo y vecino de Pasolini- un hombrecillo de mirada febril, vestido con un traje oscuro y la compostura de un campesino, que visiblemente alterado quería discutir con el poeta sobre ciertos versos. El joven Bernardo tuvo el tiempo de cerrar la puerta con llave en las narices de un Pasolini atónito, antes de llamar a la policía.

Mi segundo recuerdo va a esa estrofa embrujada que encabezó el antecesor de este blog durante los meses que duró el experimento. Son los únicos versos que, sin pretenderlo, han quedado grabados a fuego en mi memoria, y así los transcribo y los traduzco.

Schiuma benché più fervida,
anzi felice,
questo fermento di tanta vita perduta
e troppo bella se ritrovata qui,
fuggevolmente e disperatamente,
in una terra che è solo visione.

Espuma aunque más ferviente,
feliz incluso,
este fermento de tanta vida perdida,
demasiado hermosa al hallarla aquí,
fugaz y desesperadamente,
en una tierra que es sólo visión.

Pier Paolo Pasolini (1922-1975). La religione del mio tempo.

17 junio 2007

De viaxe

Ás veces as cousas son tan fermosas que abonda con saca-la maquina fotográfica pola xanela do tren e deixar que o mundo fale.










































En tren, unha mañá cedo, dende Bologna a Torino, cos Alpes ó fondo.

En obras

Hemos hecho unos pequeños cambios en el formato del blog, intentando mejorar la (permítasenos ponernos estupendos) legibilidad. Asimismo, hemos intentado averiguar cómo conseguir aumentar nuestro número diario de visitantes: importunar a conocidos y desconocidos, informándoles de nuestra existencia, parece la única opción.

Anteayer mi padre, un poco azorado, me contó que había seguido mis huellas por el ciberespacio, informado por mi hermano de pasadas iniciativas. Llegó tarde, y aunque siempre me enternece este orgullo paterno mal disimulado, no me decidí a hablarle de Xanaz. No estoy seguro de querer tener a mis padres por lectores.

Afuera está despejado, llovizna y sopla el viento, todo al mismo tiempo. A través de la ventana se ven las minúsculas gotas de agua iluminadas por el sol que vuelan desquiciadas, empujadas por el aire: hacia arriba y hacia abajo, hacia arriba y hacia abajo.

15 junio 2007

Bonnie Prince Billy

Últimamente encuentro hasta en la sopa el nombre de Will Oldham, que sin que yo me enterase lleva siendo un profeta de la escena indie desde mediados de los noventa. Lo descubro con The Letting Go, el último disco de Bonnie Prince Billy, una de sus múltiples encarnaciones. El disco es hermoso y desigual: a ratos aburre, pero en algunas canciones tienes la nítida impresión de Nick Drake sigue vivo, se ha echado novi@ y es finalmente feliz.

13 junio 2007

Bodas

Leo en la portada del imprescindible semanario Mujer Hoy, distribuido por La Voz: Qué debes preguntarle antes de casarte. Test prematrimonial. El artículo incluye un utilísimo estudio, elaborado por un grupo de expertos, que nos indica las cuestiones imprescindibles a resolver antes de pasar por la vicaría. El punto doce de la lista - ¿queremos tener una televisión en el dormitorio?- me lo apunto en el diario que conservo bajo la almohada. Podría resultar útil en un futuro.

12 junio 2007

Tacita Dean

La semana pasada acabó la personal en el Guggenheim de Nueva York de mi amadísima Tacita Dean; Dios sabe si no hubiese sacrificado un par de dedos de mi pie izquierdo por poder visitarla. Asimismo, informamos a eventuales lectores madrileños de que la exposición colectiva Sobre la historia, abierta hasta finales de mes en la Fundación Santander, incluye una obra de la artista.

Los demás mortales tendremos que contentarnos con seguir hojeando la lujuriosa monografía dedicada a Tacita Dean por Phaidon. Por desgracia, cuesta una pequeña fortuna y está editada sólo en inglés. Nos comprometemos a hacer frente a la cuestión con un futuro especial de 37 posts sobre la artista.


Cecilia

Cecilia es la hija de uno de mis compañeros de trabajo. Cuando nació, hace ya cinco meses, anuncié que sería la niña más guapa del mundo, y el tiempo me está dando la razón. Nadie es perfecto, y los padres de Cecilia han decidido bautizarla. Durante la ceremonia me coloco en la última fila, me levanto y me siento cuando toca, me acuerdo todo el rato de Moretti: ¿se nota más si vengo y me quedo al margen o si no vengo?.

No pinto nada en la comida familiar, así que quedo otro día con ellos, en el parque, para darles los regalos. El libro ilustrado de nanas para neonatos pasa bastante desapercibido, pero a Cecilia le encanta el muñeco. Es un oso marrón, bastante rétro y un poco tristre, con un ojo más grande que el otro. Hace ruido cuando lo mueves y tiene unas patas largas que se balancean. Cecilia empieza a reir apenas lo ve y lanza grititos entusiasmada.


La cojo en brazos. Con la mano izquierda sostengo la niña contra el pecho, con la derecha muevo el juguete. Cecilia me mira, mira el muñeco, ríe continuamente y agita los brazos. Al rato se calma, deja de moverse y apoya mecánicamente la mano derecha en mi hombro, intentando acomodarse. La niña ignora el estupor extasiado que el gesto despierta.

09 junio 2007

Despedidas y saludos

En aquellos días desquiciados no sabía si tendría el tiempo de pasar a despedirme de las salas de la Cineteca. El lunes por la noche proyectaban Andrej Rublev, pero el día siguiente, a las seis de la mañana, me tocaba coger un tren para Turín por motivos de trabajo. Cuando la vi en el programa de este mes me sentí extraña, turbadamente agasajado: un desconocido que te guiña un ojo de repente, sin que estés seguro de que el guiño sea realmente para ti.

No podría jurar que Andrej Rublev fuese la primera película que vi en Bologna, en el octubre de 2004, pero es, en cualquier caso, la primera que recuerdo. Sentado siempre en la misma butaca de la sala grande –empezando a contar por el fondo e ignorando las dos últimas filas, ligeramente más estrechas, la segunda fila, el segundo asiento empezando por la derecha- he pasado los últimos tres años. Esa primera vez me enamoré del sitio, del film e, irremediablemente, del cine de Andrej Tarkovskij: meses más tarde cogí un tren hasta Suiza para visitar una pequeña exposición de sus polaroids.

Si pienso en las quince o veinte películas que más han cambiado mi manera de ver el mundo (literalmente: el modo en que a través de la vista doy un sentido a lo que me rodea) me doy cuenta de que más de la mitad las he descubierto en la oscuridad de estas dos salas de butacas rojas, perennemente semivacías. Me acuerdo de cada una de esas películas y de cada unos de esos días, y me entristezco. Pienso en todas aquéllas señaladas religiosamente al inicio del mes con un rotulador en el programa con olor a papel recién salido de la imprenta, pero ignoradas (pereza, esencialmente) al final, y me entristezco más aún.

A las nueve y cuarto de la noche del lunes 28 de mayo, sin pensarlo, cogí una chaqueta y me planté en la Cineteca. Tres horas de mi tiempo parecían un precio justo para reconciliarme con el mundo.


08 junio 2007

Odisea


1

El domingo al mediodía, después de tres días de parranda en Barcelona, escribo una nota para Berta, que duerme la mona en la otra habitación: me voy a turistear, escribo, quedamos luego para comer y despedirnos. Pequeño control antes de salir de casa: falta el DNI. Don´t panic, lo tendrás por alguna parte, no la despiertes para esto.

Busco y no aparece, así que don´t panic, pero empieza a despertarla y que te busque en Internet los números del aeropuerto, del forum, de la policía nacional, los mossos, la guardia suiza. En el servicio telefónico de AENA una serie de voces electrónicas se dedican a sedarme hasta que una señora en carne y hueso (más carne que hueso, me parece intuir) me sacude: pos’ sin Dni va’star jodiíllo pa’ subir al avión, majete.

Don´t panic, pero cuan potro con petardo en el culo vuela hasta el forum mientras sigues intentando movilizar Barcelona un domingo a mediodía. Cinco paradas y dos conversaciones con jefes de estación de metro más tarde llego al Forum. Parece una playa enfrente a la cual naufragó un barco la noche anterior: escombros y mierda por todas partes, una guardia jurado vigilando que nadie se lleve los restos del desastre. La producción está comiendo, y cuando la producción come no se la molesta, me explica, vuelva a las cuatro.

Las cinco paradas de metro de vuelta se me hacen más cortas, ocupado como estoy en defecar sobre los ancestros venerables de la producción, la guardia jurado y la virgen de Montserrat. Alguno de mis nuevos amigos telefónicos (un policía de Terrasa, me parece) me sugiere que lo intente con una fotocopia del Dni enviada por fax. Mientras mi madre rebusca en los cajones –don’t panic, mom- cojo las mochilas en casa de Berta, me despido con un beso de tornillo en medio de la confusión e inicio un trote ligero –hop, hop, hop- hacia la Estació del Nord. Obviamente entro por abajo mientras las taquillas están arriba, hago jurar al busero que me espera, subo y compro el billete para el aeropuerto. Arrancamos.



2

Tras una hora y media con los dientes que castañean por el aire acondicionado llegamos al aeropuerto de Girona. Me dirijo al mostrador de Ryanair ensayando mi mejor sonrisa de chico bobo pero de buen corazón. Me atiende una chica joven y suramericana, muy amable, que me torea con gran desenvoltura; me pongo pesado y se ofrece a llamar al responsable. Me digo que es la primera vez que hablo con un responsable de algo, y me siento importante, como los viajeros airados que lideran las revueltas durante las huelgas de Agosto en Barajas.

La responsable es aún más joven, pero española. Mentalmente la bautizo como Mendy (una improbable Mendy catalana) ojos-de-hielo. Apenas la veo se me cae el alma al suelo y comprendo que no cogeré ese avión. Me sabe mal, repite todo el tiempo, si al menos tuvieses el pasaporte. Si lo tuviese estaría en la cola de embarque y no aquí, cacho zorra, pienso (a estas alturas mi cerebro ha clasificado como fútil toda sutileza mental). Ciertas cosas no pueden decirse a un responsable, así que callo y asiento.

Don´t panic (not too much). Con la mano izquierda compro el billete de vuelta a Barcelona, con la derecha llamo a Berta y le pido que me mire horarios de buses y trenes, y agitando la pierna izquierda llamo la atención de un par de Mossos que se pasean por el aeropuerto. Hago la correspondiente denuncia, en castellano y catalán, y armado con una copia color salmón cojo el bus y vuelvo a Barcelona.


3

Llego a la Estaciò Nord. El único autobús para Italia del día ha salido hace veinte minutos. Respiro hondo, gasto el último viaje de mi abono de metro en acercarme hasta França y pruebo suerte con el tren nocturno. Quedan billetes, me informa la señorita. Pero, puntualiza cuando me dispongo a abalanzarme sobre ella jurando amor eterno, sólo en cabina doble especial. Pregunto el precio. Cuesta algo más que los billetes de avión ida y vuelta a Barcelona que había comprado con sólo una semana de antelación. Sopeso las alternativas, caigo en la cuenta de que no hay alternativas, compro el billete. El desayuno cinco estrellas está incluido en el precio, añade, pero la llama que había encendido en mi corazón parece apagada para siempre.

Me como un bocadillo, primer alimento ingerido desde la noche anterior, y a las 20:15 de la tarde del domingo me instaló en mi cabina doble. Aceptan mi copia de la denuncia como única documentación, el tren arranca, sale de la estación y se aleja de Barcelona, camino de la frontera.

Durante la noche, tratando de dormir, noto que el tren permanece parado más de lo normal. No le doy importancia y me entrego a un sueño vehemente, cargado de pesadillas. Me levanto a las ocho, en una hora deberíamos llegar a Milán. Camino del vagón-restaurante observo que el móvil está conectado aún a una compañía francesa. Me siento, el camarero me informa de que se rompió la locomotora en Francia, hemos acumulado un retraso de cuatro horas, que han conseguido reducir a dos y media. Pierdo el avión, pienso, y el desayuno cinco estrellas se queda en algún lugar entre mi traquea y la boca del estómago.


4

Esta historia podría proseguir aún durante algunas páginas. Un retraso final de dos horas en Milán, una carrera desesperada hasta las taquillas, un tren para Bologna cogido por los pelos. Llegar a casa, con cincuenta minutos de margen para distribuir tres años de vida en dos maletas y dos mochilas: la mitad para llevarse, la mitad para recoger en Julio. Más carreras, un autobús al aeropuerto, el viejo y escuálido truco de esconder la mochila con 20 kilos durante el check-in para luego subirla como equipaje de mano.

Un paréntesis tragicómico: una familia que intenta superar los controles de seguridad con una bolsa que contiene una garrafa con cinco litros de aceite de oliva, una botella de whisky de 12 años, un juego de cuchillos de sierra, un bote de lejía. Despegue, aterrizaje, repetir escuálida operación. Cuatro horas en Barajas, más bocadillos. Despegue, aterrizaje, taxi.

Esta historia acaba, a la una y media de la mañana de la madrugada de lunes a martes, en una plaza de la zona nueva de Santiago, tras 36 horas de viaje, tres autobuses, dos trenes, dos aviones, un taxi, una cantidad indeterminada de bocadillos y ninguna ducha. Podríamos considerarlo un final feliz.