08 mayo 2007

Soleá

El viernes voy a hablar con el profesor que sigue mi tesis. Después de hacerle firmar unos papeles, le pregunto tímidamente si ha tenido tiempo de leer la parte que le entregué hace unas semanas. No, responde úfano, ha aprovechado unos días libres para ir a la playa.

Llego al trabajo el lunes. El gran portón de madera del edificio está por primera vez entreabierto, la puerta parece forzada. Me dicen que la noche del sábado hubo una falsa alarma de incendio, los de la agencia de seguridad entraron para controlar. Al salir, arrimaron un poco el portón y se fueron a dormir. Me comentan discretamente que lo de las falsas alarmas es una práctica habitual de las empresas de seguridad para justificar la renovación del contrato.

El martes por la mañana entrego los papeles para la presentación de la tesis. De vuelta al trabajo me olvidó en el autobús la carpeta con los resguardos. Por pura casualidad tengo el número de la empresa de buses urbanos en el móvil, así que llamo apenas me doy cuenta del despiste para saber qué puedo hacer para recuperar los papeles. Corra, me responde cordialmente la operadora, porque o se los roban o se los dan al conductor, y éste seguro que los tira.

Martes al mediodía. Llamo catorce veces a la compañía aérea, confirmo la fecha mi vuelo de finales de mes a seis operadoras distintas, compro por si acaso billetes también para el día siguiente, y, algo más tranquilo, me pongo a trabajar.

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