04 mayo 2007

Milán (y III): Maggie Cardelús

Salgo a la calle tras siete horas consultando microfilms en una biblioteca universitaria desierta; sin que me diese cuenta el cielo se ha vuelto negro y amenaza tormenta. Antes de coger el tren de vuelta a Bologna, y a pesar de las tres exposiciones del día anterior, me concedo una última visita a una de las pocas galerías abiertas el puente.

Después de media hora la encuentro, escondida al interno de un viejo palazzo. Descubro que los lunes abren sólo con cita previa, pero se apiadan de mí y me dejan entrar. Fuera estalla la tormenta y caen del cielo gotas grandes como guijarros.

Maggie Cardelùs trabaja normalmente recortando imágenes fotográficas de su archivo personal y recomponiendolas en estructuras tridimensionales. Esta vez, sin embargo, la obra que presenta en la galería es una instalación: 18.000 fotografías hechas durante los diez años de vida de Zoo, proyectadas a doce imágenes por segundo, en un orden semialeatorio, respetando la secuencia al interno de cada rollo de película pero alterando la sucesión cronológica de éstos.

Podría parecer un experimento gratuito y puéril, pero en esa habitación vacía y en penumbra, solo frente a un literal bombardeo de imágenes, la sexta sinfonía de fondo en una versión extrema e irreconocible que mima el lamento doloroso del paso del tiempo, uno roza verdaderamente un pedazo de vida sin poder aferrarla, se ve empujado continuamente dentro y fuera de un torbellino de visiones íntimas e impalpables.

Un gato entra por la puerta, mojado, asustado por la tormenta. Mientras las imágenes se deslizan por la pantalla se restriega contra mi pierna, una, dos veces, gira y se va.

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