Milán (y III): Maggie Cardelús
Después de media hora la encuentro, escondida al interno de un viejo palazzo. Descubro que los lunes abren sólo con cita previa, pero se apiadan de mí y me dejan entrar. Fuera estalla la tormenta y caen del cielo gotas grandes como guijarros.
Maggie Cardelùs trabaja normalmente recortando imágenes fotográficas de su archivo personal y recomponiendolas en estructuras tridimensionales. Esta vez, sin embargo, la obra que presenta en la galería es una instalación: 18.000 fotografías hechas durante los diez años de vida de Zoo, proyectadas a doce imágenes por segundo, en un orden semialeatorio, respetando la secuencia al interno de cada rollo de película pero alterando la sucesión cronológica de éstos.
Podría parecer un experimento gratuito y puéril, pero en esa habitación vacía y en penumbra, solo frente a un literal bombardeo de imágenes, la sexta sinfonía de fondo en una versión extrema e irreconocible que mima el lamento doloroso del paso del tiempo, uno roza verdaderamente un pedazo de vida sin poder aferrarla, se ve empujado continuamente dentro y fuera de un torbellino de visiones íntimas e impalpables.
Un gato entra por la puerta, mojado, asustado por la tormenta. Mientras las imágenes se deslizan por la pantalla se restriega contra mi pierna, una, dos veces, gira y se va.
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